Extractos del libro2019-06-05T16:18:59+00:00

     De vez en cuando, la suma de instantes confluye en una experiencia reveladora que engloba a las anteriores. Dejar pasar la ocasión sin implicarte difuminaría la claridad del momento y volverías a vivir en una mera suma de instantes.

     No imaginaba todo lo que estaba por venir, ni que este preciso momento cambiaría mi vida para siempre.

     A lo largo de la historia, el recipiente ha ido enterrándose y desenterrándose en distintos puntos del planeta. Algunas personas que lo tocaron son conocidos en nuestros días por sus aportaciones en física, química, astronomía, artes, espiritualidad y otros saberes.

     Sócrates, Hipatia de Alejandría, Shen Kuo, Leonardo da Vinci, Isaac Newton, Charles Darwin, Julio Verne, Nikola Tesla, Marie Curie, Henrietta Leavitt, Lise Meitner, Albert Einstein, Alan Turing y Rosalind Franklin son algunos de ellos. Sin embargo, la gran mayoría fueron personas normales como tú, personas anónimas de vidas aparentemente insignificantes.

     Con los carrillos repletos de cerezuvas seguí caminando por aquel lugar aislado, lejos de cualquier población, por el que seguramente ninguna persona habría pasado en años, o tal vez nunca.

     Sin que nadie supiera de mi paradero en el recóndito bosque pensé no tocarlo. Pero el movimiento hipnótico del interior del recipiente y la suave brisa que movía los centelleantes helechos invitaban a entregarse a la providencia.

     La sucesión de paisajes que envuelven el viaje evocan preguntas más trascendentes. Hablamos de su niñez, de los abuelos y de la familia andaluza, de los sucesos que marcaron sus vidas, de las alegrías y de las contrariedades, de lo que queremos, de lo que hacemos.

     «¡Había que matarlos a todos!», salta el bisabuelo con su cantinela. «¡Y también a los viejos, cagüen el copó!». De boquilla siempre estaba matando ancianos y a todo el que se le pusiera por delante.

     Antes del accidente no me gustaban los pies. Me parecían dos manojos de dedos inservibles y ridículos que la gente se esforzaba en ocultar o en embellecer sus uñas retorcidas, largas o demasiado cortas.

     Desde que descubrí el pie lastimado y sencillo de mi abuela empecé a verlos como una parte identitaria de cada persona. Poder tocarla y ayudar a reducir su dolor, me acercaba a su íntima y bella desnudez.

     Una de las muchas formas de agradecer tenerla cerca es mostrándole aprecio mediante pequeños gestos. Regalar un libro te ofrece esa posibilidad.

     Sonreí, no me lo esperaba. Le dije que me gusta recordar que moriremos porque revalorizamos la vida, intensificamos los encuentros, somos más conscientes. En cualquier caso, entendía que ella prefiriera leer de manera más explícita la alegría por vivir.

     A mi abuela le gusta filosofar sin esquemas y confiarme sus pensamientos más profundos. Parecía que esperase la quietud de después de comer para empezar su exposición.

     El maquillaje y las miradas esquivas evitaban descubrirnos las ojeras de un esposo y unos abuelos que en aquellas horas temían perder a su pareja y a su hija.

     Hoy en día recuperada debe procurar no estresarse. Dice que se tomará las cosas con tranquilidad pero enseguida vuelve a hacer sobresfuerzos, a caminar acelerada, a priorizar las tareas del hogar o complacer a los demás antes que a su frágil corazón.

     Cuando estamos reunidos es normal que lloren de risa. Se emocionan más porque sienten más. Sin ellas la familia perdería la mayor parte de su encanto.

     Nuestro padre dudaba a pesar de habernos proporcionado vidas dichosas. Con la misma franqueza, días después le compramos un libro que le atraía y le escribimos la siguiente dedicatoria: «De tus hijos que te quieren mucho por tu empeño y buena fe, por […]»

     Las palabras que llenan un espacio en blanco dan valor al presente, clarifican, inciden en el tiempo vivido, permiten continuar la marcha con una nueva perspectiva.

     Traspasar la puerta de las antiguas sucursales del séptimo arte implicaba caminar por pasillos repletos de emocionantes testimonios en busca del que más nos hiciera palpitar.

     «¡Altooo! ¡Que me lo matáis!», gritaba la abuela. Tolo se ahogaba. Aún no había tomado la segunda bocanada de aire cuando exclamaba Josefa «¡Dadle que ya respira!», y nosotros volvíamos a castigarlo.

     Las guerras destruyen fragmentos de la historia y borran para siempre parte del ideario que engrandecería el presente.

     Informarnos y enfrentarnos a los abusos puede no compensar en tiempo y dinero pero forma parte de nuestra vida en sociedad. Movernos y afrontar las adversidades nos hace avanzar.

     Sus ojos vidriosos hablan de un temple que solo dan los años. Pocas cosas les perturban. Son ojos que encierran la primigenia niñez, los sucesos que marcaron sus vidas, desgracias y pasiones consumadas.

     Me gustan sus testimonios desvergonzados, íntimos, sinceros, que confiesan victorias y fracasos, sus peores equívocos y sus mayores aciertos.

     A fin de cuentas, la verdad que conocemos depende de matices conceptuales, de inferencias que se modifican y actualizan. Es normal que nos equivoquemos, más cuanto más abarquemos.

     Me encontraba entre hombres de honor, capaces de dar solemnidad y hacer que los momentos fueran más relevantes. Personas que consideraba sabios, pues con certeza lo eran.

     El transcurso del camino despertaba en ellos inquietudes que mostraban su rico mundo interior. Los acontecimientos del viaje servían de base para enlazar con experiencias del pasado e iniciar conversaciones que, por estar en familia, no acallaban las íntimas reflexiones.

     El monótono traqueteo concede una pausa para mirar dentro de nosotros y redescubrir quienes somos, valorar los momentos que terminaron, analizar nuestra situación, encaminarnos a la próxima estación.

     El suceder de instantes nos lleva a inicios desconocidos, replantea, nos hace avanzar. El movimiento trastoca las ideas, zarandea las neuronas, cambia la mirada, nos incita a sacar a la luz aquello que dormita en nuestro ser y que el mundo aspira a descubrir antes de que sea demasiado tarde.

     Ser feliz resulta tan sencillo en la parte privilegiada del mundo que no puede ser el propósito de vivir. Sobrellevar alegrías y disgustos no es tan complicado.

     En la región de Laponia la taiga deja paso a la tundra, los renos migran en busca de alimento, el pueblo sami trata de mantener vivas las voces de sus antepasados, entretanto, danzan las luces en el cielo.

     Flotamos en el mar Muerto. El agua del lago nos moja la espalda. Arriba el firmamento infinito. El Dios que creó todo nos observa. ¿Merecemos una vida con sentido? ¿Qué hemos hecho para creernos merecedores?

     La crisis económica de 2008 ha servido de pretexto para posponer la consecución del objetivo número uno de los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio, evidenciar la facilidad con que se confunden prioridades y se incumplen compromisos internacionales.

     Sus bosques se destruyen para obtener aceite de palma y otros productos que demanda el voraz primer mundo a costa del exterminio de inocentes orangutanes, rinocerontes, elefantes, osos, tiburones fluviales, mariposas y otras criaturas insustituibles. Nosotros sí podemos sustituir los productos que compramos, promover políticas respetuosas con el medioambiente y con nosotros mismos, impulsar a través de pequeñas acciones un mundo más consciente.

     Toda referencia a la historia quedará incompleta puesto que siempre faltará el determinante influjo de numerosos protagonistas desapercibidos, sus emociones y motivaciones, las microcausas de los acontecimientos.

     Resulta ineludible el apoyo de la comunidad internacional y la colaboración de todos para que la demanda de recursos sea responsable con la conservación de la más extraordinaria congregación de criaturas.

     En la Amazonia también habitan personas nativas. Tribus ignoradas con un pasado tan remoto que se pierde en la intransitable espesura. Están morando entre los árboles, pensando en los acontecimientos del día, perpetuando su cultura, vivencias impregnadas de naturaleza, preciados conocimientos.

     Quizás se percató de que los piropos −de cualquier tipo− para algunas mujeres son un canto a la belleza y para otras están fuera de lugar por ser un signo de machismo, una cosificación, una opinión totalizadora, un desatino reprobable. Quizás intuyó que el mayor o menor acierto de nuestro comportamiento público depende del contexto pero sobre todo de la compleja mentalidad de cada persona.

     Tendemos a creer sin darnos cuenta que la apariencia física es directamente proporcional al éxito personal. Si nos sonríen pensamos que les va bien. Los que compran artículos caros son felices. Si una persona es fea suponemos que su vida es anodina y si es guapa que merece más que los demás.

     De esas personas errantes no puedes fiarte demasiado. Albergan finos atisbos de una maldad tan tenue que no sabes hasta dónde puede extenderse. Creen que se defienden ante la vida, que la sociedad requiere comportamientos egoístas y viles. En muchas ocasiones la maldad nace de la ignorancia.

     El cuerpo avisa de nuestros excesos. El estrés asoma en forma de tics, afecciones en la piel, caída del cabello, molestias gastrointestinales, trastornos del sueño, alteraciones hormonales, desequilibrios en el sistema inmunitario, en el sistema límbico, inventa somatizaciones, alergias, enfermedades cardiovasculares, ataques de ansiedad, humor deprimido, irritabilidad, agotamiento, cáncer y un largo etcétera de repercusiones físicas, psíquicas y sociales.

     Es demasiado habitual creerse superior a los demás por ser de una determinada ciudad o nación, por ser más musculoso o agraciado, por ganar más dinero o poseer objetos ostentosos, por tener títulos u otras distinciones.

     La mayoría de nosotros sabe que la empatía conlleva ponerse en el lugar del otro, sin embargo, no la ejercitamos lo suficiente. Entender las emociones del otro y que también a nosotros las circunstancias nos podrían haber arrastrado a su situación acrecienta la honestidad, la asertividad, la amabilidad, la solidaridad, la responsabilidad y una larga relación de reacciones esperanzadoras.

     Algunos cambios son inmediatos, otros necesitan tiempo, movimiento, que empapen nuestras entrañas y calen.

     Tu piel desprende fragancias embriagadoras, volátiles partículas codiciadas en el universo. Acerco la punta de la nariz a los dorados poros que te recubren e inspiro profundamente. Extraería tu perfume para que me acompañase toda la vida.

     Escapan licenciosos sonidos. Cierras los ojos, frunces el ceño y tiemblas. Espasmos descontrolados. Deliquio redentor. Vuelve el aire.

     No era felicidad, la felicidad aguarda en las inmediaciones.

     Nos enseñan que el amor es pasión, deseo, ternura, afecto, amistad, compromiso, respeto, complicidad, atracción, embrujo… también lo sentía, sin embargo, muy a mi pesar, no estaba enamorado.

     El amor se entrelaza con sentimientos ambiguos, con características personales y sociales. Al igual que el sentido de la vida, se puede intentar explicar con palabras pero para vivenciar alguna de sus muchas formas y matices hacen falta más de unas líneas.

     Cuesta tanto apartarse de quien ha entrado en tu corazón. El síndrome de abstinencia que provoca su ausencia duele, te rasga por dentro, invade tu mente, se adueña de cada pensamiento. No podía dejar de pensar en ella, en su dolor, en mi determinación.

     Necesito compartir mi existencia, hacerte feliz, revelarte mis pensamientos, crear buenos momentos, que crezcan y se expandan.

     Tarde o temprano recordaremos nuestra naturaleza, las condiciones de ser humano.

     Lo llevaron al quirófano. Los puntos que le pusieron se abrieron. Volvieron a llevarlo al quirófano y le pusieron unas grapas para sujetar la marchita carne.

     Cuando regresó insistí en que me dejaran pasar la noche con él. Subí a la segunda planta y recorrí el largo pasillo. Se oían toses y lamentos. Las noches son terriblemente largas para más personas de las que imaginamos.

     «No encontraba el momento de decírtelo y casi me quedo con las ganas», esbozó una sonrisa agridulce.

     En aquellos momentos la luna estaba en lo alto. Las estrellas más brillantes y cercanas se veían en el cielo. ¿Cuánto hacía que no miraba las estrellas?

     No solemos pensar en los demás, mucho menos en las necesidades de la aldea global. Las consecuencias de nuestras acciones no se ciñen a un único lugar y tiempo. Cada uno de nosotros deja un pequeño influjo que incrementa o reduce la herencia de la humanidad. El número y la calidad de nuestras acciones redunda en un mayor o menor progreso.

     Cerca hay un niño que necesita ayuda. Está aprendiendo los fundamentos del mundo que le rodea. En el cole atiende cómo situar los dedos para coger el lapicero. Se fija en el trazo que deja sobre el papel. Da forma a las letras. Expresa palabras y con ellas reorganizará sus sentimientos, moldeará su personalidad, se enfrentará al mundo, las pronunciará en voz alta o las silenciará. ¿Qué palabras aprenderá, cuáles caerán en el olvido, cuáles se apoderarán de sus objetivos y motivaciones?

     Hay verdades que permanecen ocultas bajo la viscosa capa de la ignorancia hasta que alguien las saca a la superficie. Da igual si estamos preparados o no, desde ese momento caminaremos convencidos hacia el siguiente nivel de consciencia.

     Las mayores penas y alegrías suelen ser cuestión de pequeños grados de consciencia. Saber nos da la capacidad de identificar nuestros sentimientos, nuestras fortalezas y limitaciones, establecer prioridades, averiguar lo pertinente, ser consecuentes con nosotros y con los demás, librarnos de prejuicios y ataduras, ampliar los horizontes.